ENTREVISTA A JORGE LÓPEZ TEULÓN

El sacerdote que le quita el sueño a Calvo: «El PSOE utilizó a monjas como servicio doméstico»

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Luis Balcarce

Hay que agradecer a décadas de adoctrinamiento socialista en la mentira y la manipulación de nuestra memoria histórica el que los jóvenes españoles no sepan hoy quién fue Miguel Ángel Blanco ni Ortega Lara. A eso hay que sumarle la vergüenza de ver cómo muchos otros se hacen selfies con el etarra Arnaldo Otegi, al que confunden con un valiente demócrata antifranquista.

Generaciones enteras de españoles programados desde la cuna por la educación oficial para que no tengan las más remota idea de las vejaciones y sufrimientos que padecieron los católicos en la España ‘roja’ y que la izquierda pretende enterrar bajo leyes de Memoria Histórica que persigan a quienes no comulguen con ella.

Como en las tiranías comunistas, el falseamiento del pasado —de tanto repetir la mentira— se ha convertido en una realidad paralela en la que Pedro Sánchez puede reivindicar la Segunda República «como lo mejor de nuestro luminoso pasado» sin que se le caiga la cara de vergüenza.

Porque hay que recordarlo una y otra vez: hubo una época en España oscura, trágica y nada luminosa en la que llevar un crucifijo o una Virgen era una sentencia de muerte. Lo que se inició con la quema de iglesias y conventos en mayo de 1931 acabó a partir de 1936 en uno de los peores genocidios católicos que conoció la humanidad a manos de los verdugos del Frente Popular. Asesinos a los que el actual Gobierno socialista no pierde oportunidad de rendir homenaje.

Conviene recordarles a los amnésicos socialistas lo sucedido el 26 de julio de 1936 en el municipio toledano de San Bartolomé de las Abiertas. Allí un comité del Frente Popular compuesto exclusivamente por miembros del PSOE y de la UGT, detuvo al párroco Simeón Bel, al que después de someter a terribles torturas y vejaciones, lo ataron al pesebre de una cuadra, sin recibir alimento y al que mientras le echaban paja en el pesebre a la vez le gritaban:

—Come burro.

“En la noche del 24 de agosto fue conducido rumbo a Talavera de la Reina, pero antes de llegar cerca del Puente Viejo, en la llamada Huerta del Calerano, —recuerda el investigador Javier Paredes— atado a una higuera fue salvajemente torturado mientras recitaba jaculatorias y perdonaba a sus verdugos. Estos, después de un prolongado tormento, le cortaron los testículos y el pene y se los introdujeron a viva fuerza en la boca e inmediatamente fue acribillado a tiros”.

Una página más en la historia negra del PSOE. Esta es la verdadera memoria que las ley de Memoria democrática de Carmen Calvo pretende enterrar para que no se conozca.

El sacerdote que le quita el sueño a Carmen Calvo

El martirio del párroco Simeón Bel lo ha contado el sacerdote Jorge López Jorge López Teulón en su libro ‘La persecución religiosa en la Archidiócesis de Toledo 1936-1939’.

Jorge López Teulón, uno de los mejores conocedores de la persecución religiosa durante la Guerra Civil, lleva años rescatando del olvido la memoria de aquellos mártires. Su último trabajo es la edición del libro ‘La profanación de la clausura femenina’ en el que se recogen los diarios de cuatro conventos de clausura situados en la zona republicana: las carmelitas de Cuerva, las jerónimas de Toledo y las bernardas cistercienses de Talavera de la Reina, y en el de las monjas de la enseñanza del colegio “Compañía de María” también en la Ciudad de la Cerámica.

Publicado por la editorial San Román dentro de la extraordinaria colección ‘Testigos de la Guerra Civil Española’, Jorge López Teulón recoge el testimonio de incalculable valor de aquellas valientes monjas a las que los ‘rojos’ sacaban a rastras de los conventos de clausura para ser humilladas, vejadas y hasta fusiladas por el delito de adorar a Cristo. A través de los diarios que escribieron se puede casi tocar con los dedos la angustia, el miedo y la persecución de la que fueron víctimas en la España de los años de la Guerra Civil.

«Los republicanos se ensañaron con las monjas. Sentían un extraño placer en profanar conventos», recuerda Paredes, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá y director de la editorial San Román.

Los milicianos republicanos gozaban convirtiendo hermosos retablos en astillas, «para que hiciéramos fuego, para que con este combustible ahorrásemos carbón». Les arrancaban sus santos hábitos a jirones mientras eran cacheadas por el populacho para robarles objetos de valor y las forzaban a trabajar en casas de dirigentes socialistas como servicio doméstico: «Sacaban a las monjas de los conventos para utilizarlas como criadas de los jerarcas del Frente Popular».

La mayoría de ellas eran mujeres de condición muy humilde, hijas de campesinos, y no ricas de familias opulentas como defienden los paladines de la Memoria Histórica.

No mostraban ningún tipo de compasión. Por toda respuesta, las monjas recibían el fusil al pecho de la madre priora.

—Esta es nuestra compasión —decían.

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